Las organizaciones de hoy necesitamos que nuestras personas sean más ágiles, asuman más riesgos e innoven más rápido. Que sean valientes.
La práctica nos demuestra que para ser competitivos nos debemos basar en la voluntad de nuestras personas de cuestionar supuestos, experimentar con nuevas ideas y asumir riesgos inteligentes. Sin embargo, con demasiada frecuencia, en lugar de fomentar un entorno que promueva el pensamiento audaz y el debate constructivo, hacemos lo contrario. Acallamos los conflictos (o los desconectan demasiado rápido), cuestionamos las decisiones y marginamos a quienes no se alinean con nosotros.
En este proceso, aumenta el miedo, se impulsa la conformidad ciega y se frena la iniciativa.
Dado que el miedo es la emoción humana dominante, nuestras personas prefieren ir a lo seguro a menos que se sientan lo bastante seguros para hacer lo contrario. Cuando los líderes dan a la gente una razón para contenerse antes de expresar su desacuerdo, plantear problemas o desafiar decisiones, cierran el diálogo necesario para identificar y abordar problemas y acelerar el aprendizaje y la adaptación.
La transformación de una cultura de cumplimiento de la norma empieza por los que están al mando. Los líderes deben aceptar la incomodidad necesaria para dar ejemplo de los comportamientos valientes que quieren inspirar. En el proceso, deben estar continuamente atentos a lo que dicen y hacen, evitando comportamientos que den a los empleados una razón para dudar en hacer preguntas, sugerir «ideas locas» u operar desde una mentalidad de «jugar para ganar» (frente a «jugar para no perder»).
Intentar encontrar respuestas a problemas realmente complejos está plagado de ambigüedad y esto es algo con lo que tenemos que aprender a convivir.
Igualmente importante es recabar opiniones diversas, sobre todo las de los menos ruidosos, e invitando al conflicto constructivo. Y cuando la gente se atreve a desafiar la posición de quienes tienen más autoridad, debe ser recompensada, nunca humillada. Unas pocas y oportunas palabras de elogio público envían una fuerte señal, contrarrestando el miedo que silencia la diversidad de voces necesaria para tomar decisiones de alta calidad.
Por supuesto, cuando la acción valiente no crea el resultado ideal, los líderes deben adoptar la máxima: «Nunca dejes que un fracaso se desperdicie». No sólo deben recompensar el comportamiento por encima del resultado, sino que deben ampliar el aprendizaje a toda la empresa.
Los líderes valientes generan más líderes valientes, y el valor se extiende. Del mismo modo, los líderes que actúan desde el miedo provocan un exceso de aversión al riesgo que impone un freno al avance y la innovación de la organización.
Igual merece la pena jugar para ganar.